jueves, 4 de noviembre de 2010
Mira, soy bipolar.
jueves, 23 de septiembre de 2010
I think the kids are in trouble.
sábado, 24 de julio de 2010
Mami qué será lo que tiene el negro.
martes, 20 de julio de 2010
La gente me recuerda al Guernica.
martes, 13 de julio de 2010
Había una vez...
Estás pegado a mi ventana, miras a través del cristal. Yo estoy sentada en la cama. Te enciendes un cigarro, sigues mirando a la nada del que ya lo ha visto todo. Te observo. Te recorro con la mirada. Me hace gracia verte con una camiseta de mi padre puesta. Me has dejado las llaves de tu vida, y ahora entiendo por qué siempre grité con tanta fuerza el "vamos a localizarte".
Había una vez un gato que viajó a Las Vegas para conocer otro tipo de estrellas, esas que se encienden por cables. Había una vez un tipo que se despertó con las bragas de su secretaria atadas a la cabeza. Había una vez un botellín de cerveza que cruzó todo el Pacífico solo para que un perro jugase con él. Había una vez una nube que fue a parar al mar. Había una vez un tipo que cogió una guitarra y se fue a Woodstock y se puso tan ciego que acabó durmiendo debajo de la furgoneta de un rumano de padres argentinos. Había una vez una magdalena que se hizo amiga de la caja de galletas y el tomate frito. Había una vez un gol en fuera de juego. Había una vez unos ojos que rozaron el culo de Dios. Había una vez un profesor de historia que realmente era músico que realmente era padre de dos hijas que realmente no era nadie más que un borrego. Había una vez una religión. Había una vez una vida y había una vez una muerte. Había una vez un concierto de Love of Lesbian que duró un cachi de calimocho y un cigarro. Había una vez un post-it que nunca fue leído. Había una vez un disco que se hizo película. Había una vez un libro que unió dos vidas. Había una vez un tipo tan alto que nunca llegó a dormir en mi cama. Había una vez noviembre. Había una vez olvidar. Había una vez tú y yo. Había una vez Madrid. Había una vez un espermatozoide que ganó la carrera. Había una vez un por qué que no tuvo más respuesta que el viento. Había una vez una incertidumbre de principios. Había una vez una patente de corso que hizo lanzar cañonazos. Había una vez un hijo de puta que se fue. Vez una había. Una vez había. Había una vez había una vez..
sábado, 5 de junio de 2010
Unooo..doooos...tres...cuatrooo...cincoo..seeeis...siete...¡vooy!
viernes, 28 de mayo de 2010
Me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar.
domingo, 9 de mayo de 2010
Yo quiero ser cuento, ¿y tú?
Creo que fue entonces cuando todo cambió. Me había oído mil veces a mi misma alentando a mis amigas a seguir adelante con algo, pero aquella vez tuve que darme consejos a mí misma. He de decir que la luna y las estrellas hicieron muy bien su papel, que el mar tuvo un fuerte protagonismo.
Recuerdo que cuando iba al colegio y dimos las clases de sustantivos, los que más me llamaron la atención fueron los clasificados como obtusos. Pensar, sentir, amar… Amor. Es de esas palabras que cuando se te clavan ya no te las puedes quitar de encima. Creo que siempre me llevé bien con el amor, era y es una palabra perfecta, como volar, soñar y libertad. Me quedé solapada a esa palabra y todavía sigo llevándola en la mochila.
Hace 10 años, un día, después del colegio, mi padre me llevó a dar una vuelta por el paseo marítimo. Era verano y había terrazas por todos lados, con sus guiris, platazos de rabas y mesas de color plateado que abrasan si las dejas cinco minutos al sol. El caso es que yo paseaba con mi padre y entre la gente vimos a un tipo que tenía la mesa llena de libros apilados que cubrían el metro cuadrado de la mesa. Sonreía leyendo algo (ahora soy yo la que sonríe recordando la imagen). Mi padre y yo nos acercamos a él. Levantó la vista y elegí un libro al azar, el que me pareció que tenía la portada más colorida. Decidimos comprarlo. El de los libros me miró a los ojos unos segundos y me preguntó cómo me llamaba, después me dijo:
-Dime cuatro palabras…
-Eeeeeh...lápiz, goma, papel y bolígrafo.
En la primera página del libro las apuntó y luego escribió mi nombre en vertical. “Es preciso escribir nuestro libro de la vida, Siempre con alegría y sueños para que Todo lo que escribamos con nuestro lápiz Hoy y siempre tenga sentido…Si tú lo Eliges puedes usar la goma y borrar lo que Rompe tu sonrisa“
Cerró el libro y me lo dio mientras sonreía y se despedía de nosotros. Estoy convencida de que él sabía algo, aunque quizás no lo sepa explicar. Como cuando te piden que describas un olor o un sabor, lo máximo que puedes hacer es compararlo con algo ya conocido. Pero ni eso, la verdad, yo tampoco sabría explicar qué pasó y qué pasa.
Llegamos a casa y mi padre metió el libro en un cajón. Por su título, supongo que le pareció lo mejor. Transcurrieron cinco años en los que, en mi fuero interno, odiaba al tipo de la terraza por titular de aquella forma al libro que me firmó, que de alguna forma me prohibía leerlo. Nos cambiamos de casa y el libro se perdió entre cajas y sábanas viejas.
Antes de cumplir los diecisiete me enteré de que un hippie daba un concierto. Un hippie al que yo conocía de oídas por haber presentado un concurso de cantautores en el pueblo de mi amor platónico. Escuché sus canciones vía youtube y llamé a mi mejor amigo para que me acompañase a verle.
Y llegamos al concierto, me sabía frases sueltas de sus canciones pero me transmitía buen rollo y una energía que hasta entonces, pensé que sólo existía en las canciones de Crowded House. Mi mejor amigo ya había comprado dos discos y nos acercamos a él a que nos los firmase. Primero le tocó a mi amigo, luego a mí. Entonces me preguntó cuál era mi nombre y escribió en vertical las letras de mi nombre.
Tuve un deja-vu, llegué a casa y me puse a buscar aquel libro que diez años atrás no había podido leer. Apareció encima de un taco de revistas del 2000. Busqué, encontré y en efecto, era la misma persona. La misma letra, la misma fuerza escribiendo y la misma energía.
Ahora me da clase de guitarra junto a la luna, el mar y las estrellas.
viernes, 2 de abril de 2010
Chema y el pantalón.
Chema de niño vivía con su familia en el cuarto piso de un bloque de edificios de un pequeño barrio de una gran ciudad. Podía pasarse horas leyendo y mientras leía, se fijaba en los acentos, las comas y puntos y aparte. Otros días montaba en bicicleta e intentaba calcular, en su pequeña cabecita, a los kilómetros por hora que iba. A veces, jugaba a las canicas en la plaza, pero sólo a veces , porque antes de ponerse a jugar tenía que contar las canicas que llevaban cada uno de sus contrincantes, y eso, a los niños, les ponía nerviosos. Cuando se enfadaba por esa razón, paseaba por el mercado y contaba el número de filetes que cortaba el carnicero, las veces que pasaba el jamón york por la sierra o intentaba recordar el número de canciones que sonaban en la vieja radio del charcutero.
Pero el hecho que más caracterizaba a Chema, nuestro pequeño maniático, era la fijación que tenía por su nuevo pantalón de pijama. Era un pantalón azul marino con cuadros escoceses en rojo y su forro consistía en una tela muy calentita y de color negro que lograba templar las piernas de Chema cuando salía de la ducha medio empapado.
Una mañana de abril, mientras se desperezaba aún dentro de las sábanas, sentenció que ese pantalón debería marcar si un día iba a ser bueno o no. Y es que Chema pensó que dependiendo de donde quedara la etiqueta del pantalón, el día sería mejor o peor. Si quedaba en la parte delantera el día sería malo, si quedaba detrás, sería bueno.
Esa mañana, Chema se levantó de la cama, encendió la luz y miró. La etiqueta delante. Pues vaya, un día malo.
La mañana, la tarde y la noche transcurrieron sin demasiada complicación, pero Chema le sacaba lo malo a todo lo que hacía.
Al día siguiente, la etiqueta volvió a estar delante, y Chema de nuevo lo pasó mal. Al día siguiente lo mismo, y al siguiente..
Chema empezó a estar preocupado, el pijama controlaba su vida.
Un día, la madre de Chema entró en la habitación, él estaba sentado al borde de la cama con el pijama entre las manos.
-Chemita, dame el pijama que lo voy a poner a lavar.
La madre de Chema cogió al pijama y le dio la vuelta a los perneras. Con el pijama al revés Chema se dio cuenta de una cosa. El pijama aquel que tanto le complicaba la vida tenía etiqueta en las dos partes.
Así es como Chema logró cambiar por completo y no dejó nunca más que sus manías controlasen su vida.
lunes, 15 de marzo de 2010
Sabes que pasé por aquí
Conoció a Margot, por llamar de alguna forma a la mujer que le acompañó la noche anterior, en un bar cerca de Malasaña. Esos que huelen a barril de cerveza y donde los baños nunca están tratables, y menos para follar. Margot con su vestido negro y sus zapatos de tacón sola en la barra del bar. Él con cara de paisaje mirando su cubata, viendo los hielos desaparecer entre particulas de garrafón y burbujas de la coca cola. Ella haciendo repaso, supongo, de las miradas perdidas, de los mensajes subliminales no captados…saliendo cada dos por tres del bar. Él le dijo al barman “le llevas una copa de lo que beba a los labios de esa esquina”. Acto seguido Margot y este chico se encontraban en una esquina de por ahí mordiéndose el alma. Y digo mordiéndose el alma por no decir que Margot se la estaba chupando. De arriba abajo, con todo su miembro en la boca, tratando de hacer mayor fuerza en el glande al supcionar. Él con su mano izquierda en el hombro de aquella mujer, y su mano derecha apoyándose en la pared, dándole hostias de vez en cuando, tal era la excitación del momento. Margot terminó chupándole los huevos y le dijo “si me llevas a tu casa jugamos los dos”. Él pidió un taxi y durante el trayecto no se le bajó la erección. Subieron las escaleras que conducían a su piso riéndose a carcajada limpia de cualquier ocurrencia y según entraron en el apartamento, él la empotró contra la pared y comenzó a bajarle poco a poco los tirantes del vestido, y con ello, la chica acabo medio desnuda y con los tacones puestos, y él con la camiseta tirada por el suelo y una tienda de campaña a la mitad del cuerpo. La tiró sobre su cama y se desnudó, la abrió de piernas… y lo demás te lo imaginas. Desenfreno acompañado de jazz por debajo de unas caderas, fina cintura, ganas, alcohol y demás excesos.
domingo, 7 de febrero de 2010
Riendo sin saber por qué..
Estaba a punto de morir de aburrimiento y de pena penita pena en mi barrio, así que sin pensármelo cogí el primer autobús que me llevase al centro...A veces pienso que me he hecho adicta a la contaminación, a las luces. Aunque es probable que simplemente me haya casado de este (fuckin) barrio burgués donde la mayor inquietud de los chavales es conseguir alcohol.
Así que eso, 621, música de ascensores, delirios varios, Moncloa, metro, metro y Núñez de Balboa. Otro barrio burgués que al menos no es el mío. Hago varias paradas para deleitarme con pedazos de avenidas, barrios en cuadrícula, ¿ese tío lleva barba?, ¿ahí pone 1999?. Llego al Starbucks, café con precios astronómicos pero al menos te dan buen trato. Pido mi café de origen americano con nombre italiano y observo la mesita y al conjunto de ejecutivos agresivos que de hinchan a café y hacen cuentas. Portátiles HP, corbatas negras. Me recuerdan todos a alguien, me gustaría encontrarme a ese alguien pero recuerdo que está dando un concierto en el Rey Loui (local de Majadahonda), o en vetetúasaberdónde haciendoqué, con su camisa de cuadros y sus vaqueros petados, y probablemente las Ray-Ban. "Las ray-ban no te dejan ver las lágrimas, estoy tocado y voy a liarla otra vez, voy a quedarme un día más en la ciudad por si acaso lo empiezas a entender...". Traen mi café seguido de dos o tres gritos de "Maríaaaa" "¿¿Maríaaa??"
Bajo de mi nube de algodón y me siento por ahí. Saco mi cuaderno y empiezo a escribir esto. Cenizas entre las hojas, hago repaso de la gran mayoría de mis escritos, todos fechados. Son de los seis primeros meses del 09.
Hay un camarero que me ha llamado la atención. Tiene el pelo revuelto, barba y sonríe casi continuamente. Me hace gracia, me he cambiado de sitio para poder observarle mejor. Me siento un poco voyeur pero no importa. Habla, canta porque está marcando el ritmo con las manos, creo que es inglés, pero por desgracia mi lectura de labios no descifra lo que dice. Me estoy riendo yo sola en la terracita del Starbucks. Me vuelvo a reír. Hombre barba me acaba de mirar. Cortocircuito. Me acabo de terminar el café, ahora voy a cerrar el cuaderno, ¡viene para acá!
[Escrito en el metro, de vuelta a casa, el camarero se acercó a limpiar la mesa de al lado, y mantuve estas líneas con su persona]
-¡Hasta luego!
-Perdona...¿Nos conocemos?...-camarero con cara de circunstancia.
-risa de autosuficiencia-¿Deberíamos?