Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. (Rayuela)

jueves, 4 de noviembre de 2010

Mira, soy bipolar.

No vengo a hablar de historias de amor con principio feliz y cataclismos de tarde. Ni de levantarse a oscuras con el suelo lleno de preguntas. No he venido a hablar de jerséis tres tallas más grandes y botas sucias. Ni conversaciones de bar, ni horas contadas, ni luces verdes, ni vasos de tubo llenos de café.
Horas y más horas de música de fondo y la mirada perdida entre el techo y la ciudad. ¿Quién lleva razón? Lo comento con Brigitte y me habla de gente y edificios que desconozco y aunque piensa que no, me doy cuenta de que entre líneas me intenta meter ideas en la cabeza. Ella continúa con sus enseñanzas encubiertas y yo con mi sonrisa de medio lado removiendo el café. O haciendo bailar los hielos dentro de la copa, depende de la hora. Casi siempre suena música de fondo, Brigitte tiene muchos discos y algunos los pone una y otra vez. En ocasiones nos cansamos de lo mismo y queremos comprar muchos discos más, pero eso también depende de la hora. Creo que trabajó alguna vez en una gran oficina y luego se largó. Habla de París como si fuese un lugar eterno e inmutable y confía ciegamente en la astrología. Al contrario que yo, que no me suelo fiar de nadie. Brigitte ha estado en tantos sitios que da miedo ver cómo se mueve de un lado para otro con el abono transporte. Brigitte es de una forma, yo de otra, y nos llevamos bastante bien. El otro día trajo a alguien a casa y yo me encerré en mi habitación, miré al techo alrededor de dos horas, cuando me entró hambre salí al pasillo y estaba llorando, la persona a la que había traído se había largado y luego se había puesto a llorar, entonces yo vi que necesitaba un abrazo y eso hice, a veces tampoco puedes hacer más. Sonrió de repente y en vez de resultarme extraño me llenó de una sensación inusual en mí, como si el haber estado un paso o medio paso por delante la hubiera curado de un mal mucho peor. Llamé a un chino y nos trajeron muchas salsas de colores y Brigitte comió mucho y bien, luego vimos una película antigua sobre un amor clandestino y volvió a llorar, pero esta vez de alegría. No sé quién vino pero si me lo encuentro le rajo con mis tijeras verdes. Tengo unas tijeras verdes, las robé cuando iba al parvulario, y las llevo conmigo casi siempre. Cuando mi padre las ve se ríe y las afila. A él le gusta afilar cosas y yo le dejo las tijeras y las afila con una especie de piedra que tiene unas letras grabadas. Hace un sonido raro que me recuerda a cuando pasaba el afilador cerca del colegio con ese silbato tan raro. Y eso me hace recordar los domingos en casa, y la paella, y a mi tía diciendo refranes valencianos. Son ese tipo de cosas que recordaré cuando se me haya ido la cabeza del todo, porque tengo la certeza de que mi vejez será así. Y me dejaré el pelo muy largo, aunque parezca una vieja gloria del heavy. Hay alguna ley no escrita que obliga a las señoras a cortarse el pelo y peinárselo con ondulaciones estrafalarias. Eso o teñírselo de colores imposibles. Ayer, quizá antes de ayer, estaba esperando el autobús y vi venir a una señora. Pensaba que llevaba un gorro de lana amarillo, porque sólo se le veía el flequillo, que era de color negro. Luego se acercó a mí y realmente tenía medio pelo rubio. Diría que es un caso extraño, pero es muy común. Y una amiga de mi madre se ha puesto tetas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

I think the kids are in trouble.

Lo peor de empezar a llevar una cosa es que la gente la terminará llevando también. Confías en tu exclusividad y luego van los demás y te emulan. Es catastrófico. Mucho más que un pijama. Por eso ahora llevo cosas que en teoría tienen significado para mí. Alguien dijo que podrían denominarse alegorías, pero como no recuerdo quién mencionó tal cosa no puedo apreciar su grado de importancia en mi vida y no me creo nada. Me pasa a veces. Si hubiese sido papá quién dijo eso le daría algo de bola, pero sé que no fue papá porque papá nunca da nada por sentado. O casi nada. Luego dice que contradecirse es de ser inteligente y yo presupongo que tiene razón, y aunque no la tuviese no se la quitaría, porque es mi padre y no me gustaría dejar que piense que yo pienso que él piensa lento, o mal. Mi padre es un tipo simpático. Mi madre también pero sólo fuera de casa. Y es capaz de estar regañándote y si la llaman por teléfono cambia totalmente su humor y se vuelve alegre y sofisticada. Cuando cuelga sigue con la perorata de insultos a voces. Antes me hervía la sangre, ahora asiento con la cabeza y me miro los pies. Es lo mejor para todos. Antes era mucho más agresiva. Casi siempre hablando, pocas veces he llegado a pegar a alguien. En una ocasión pegué a un chico por niñato. Lo que no tuve en cuenta fue que con doce años se es un niñato. Yo iba por ahí dándome besos con todos y cantando. Supongo que a él le dolió el hecho de que lo dejáramos después de una semana como novios oficiales en el instituto. Le dijo a todo el mundo que no me tenía que hablar porque yo era una mentirosa. Nunca le mentí. No le habría pegado por decir eso si no fuera porque después de preguntarle por qué iba diciendo aquello me respondió que él no era, era Rubio que se había vuelto loco y me odiaba. Eso era mentira así que le pegué. Luego estuvo una semana con el ojo morado diciendo que se había caído. Los profesores creían que era cierto pero la mitad del alumnado sabía que era yo la causante del morado. Creo que me gané algo de respeto. Ahora, escribiendo esto, estoy dudando de si fue realmente él quién me acusaba de mentirosa o fue Rubio. En cualquier caso ya le pegué. Años más tarde también pegué a Rubio, pero no literalmente. Ese es otro tema.

No conozco a mucha gente que me llame la atención. Hace algún tiempo leí, o escuché, que hay más gente que personas y creo que quien dijo eso tiene razón. Aunque también creo que Jesús era extraterrestre. Vivo en una ciudad muy grande y nací en un hospital muy grande también, pero los individuos que me encuentro dicen cosas muy pequeñas y confían ciegamente en el diccionario. Yo creo que las palabras sólo sirven para no entendernos, o para entendernos del todo y acabar mal. Pero las palabras me caen en gracia. Y la verdad es que hablar no se me da muy bien, por eso escribo. Antes escribía poco pero ahora escribo mucho. Será que hablo peor que cuando tenía diez años. Aunque con diez años tampoco tienes mucho que decir porque presupones que no te van a escuchar así que dejas las frases dando vueltas en tu cabeza hasta que se te ocurre algo mejor. Quizás escribo sólo para liberar mi cabeza de las frases que pensé algún día. Algún día el contenedor de palabras de mi cabeza se vaciará y tendré que hablar mucho y muy rápido para que no se me entienda y no parecer más estúpida de lo que soy.

A veces los sentimientos se encuentran y juegan a revolcarse por todas partes. Otras veces no pero muchas veces sí y eso me pone nerviosa. Y que me sienta así no significa que me disguste, al contrario. Quiero y odio a las personas, pero creo que es normal y que todos lo hacemos. Un día soñé que me ponía a llorar y al momento siguiente me reía. A lo mejor no era un sueño y pasó. En cualquier caso es extraño.

sábado, 24 de julio de 2010

Mami qué será lo que tiene el negro.

¿qué tendrá el negro que yo no tengo?




Antes de nada que quede claro que soy buena gente, a ver si luego vamos a tenerla. Pago mis deudas, quiero a mis amigos, procuro andar por ahí sin molestar…En general me hago querer, supongo. Pero el caso es que hace unos años me enamoré perdidamente de una chica. Tenía un buen par de tetas, pero no me importaba porque yo nunca fui un hombre de tetas. También era muy guapa y tenía una forma de andar increíble, te sentías Dios si la agarrabas por la cintura en mitad de la Gran Vía. Quedábamos día sí y día también, hablábamos de todo, bebíamos hasta las tantas en cualquier lado y luego se quedaba en mi casa a dormir. De tantas veces que se quedó terminó instalándose. Yo no se lo pedí. Ella vino y punto. La verdad es que tampoco iba a decirle nada, a esas alturas Cupido ya no me tiraba flechas, eran más bien lanzas. Creo que si me rascabas un poco salía purpurina. Soy un tonto, ella me volvió estúpido. La estaba manteniendo pero es que no me importaba porque tenía esa forma de mover el pelo y cocinaba tan bien… Pasaron los meses, ella seguía en mi vida, se había solapado. Y yo tan feliz. Ella era alegre y divertida, veíamos películas de miedo y nos descojonábamos, nos duchábamos con Ben Harper de fondo… pero el sexo dejó de ser bueno. En realidad no sé si alguna vez fue bueno, la cosa es que empezó a ir de peor en fatal. Yo no me di cuenta hasta que pasados tres años de relación, volviendo de casa de algún amigo de ver el partido, me la encontré en la puerta con las maletas. Ahí fue cuando la hormiga de la realidad se convirtió en anaconda y yo andaba ya más que digerido. Subí las escaleras, abrí la puerta de casa y me la encontré allí. Nada más verme dijo “Lo siento cariño, me largo” Entonces se piró con un cubano. En mi casa no quedó nada de ella, creo que su olor, pero de eso me encargué llamando a unos amigos, dejamos toda la casa oliendo a porro. De ella no sé nada, seguirá con el cubano. De mí…ahora me dirijo a profesionales para el tema sexual, y si no…”no protestó nunca mi mano derecha”

texto basado en la canción Malaputa, del señor Rafa Pons.

martes, 20 de julio de 2010

La gente me recuerda al Guernica.




No recuerdo cuando fue que el exceso de opinión me hizo opinar a mi también y entonces se fue todo al traste. Empezó a pesar en mi aquello de la lengua mordida. ¿Soy la única a la que la palabra desarraigo le suena a piel a tiras? Te sientes alienado y te hacen una fiesta sorpresa por todo lo bajo, con confeti y vídeos del 97. Mi preocupación por la corteza del pan de molde no me deja comerme la miga del presente, y eso que hago lo que puedo por no dejar sobras. Esta vez me va a tocar morderme los labios y dejar pasar lo nuestro al plan innovador de unos años más allá de este. Lo bueno es que me gusta la ilusión y tengo curiosidad por qué será de nosotros dentro de dos meses. Está puesto el ventilador y me llega el olor de tu cuello. Pero no estás aquí. Me recreo en tu olor a joven promesa de las letras. Siempre te podré colar en un periódico como crítico. Lo superaremos. Mientras tanto te podré mantener. En la línea del que tuvo de todo y ahora sobrevive gracias a lo mio, que no es ni la mitad. Pero el día de mañana siempre amanece y el sol rebota en mi almohada gracias a un agujero en la parte derecha de la persiana. A ver cuando la arreglo. Me encantaría bajarme a Madrid pero el calor me agalbana y necesito pensar en mis post-it. De aquí a dos horas me voy a quedar sin tabaco así que probablemente te llame diciendo que me has embarazado. Gritaré y te diré que las nubes están desesperadas de mirarte. Me ahorro los vestigios de lo que no pudo ser. Fantasmas. Fantasmas. He desatado el nudo de mi garganta y ahora me siento con verborrea de letras escritas. Puedo ponerme a leer a Ray Loriga y a lo mejor me calmo. Pero si le leo terminaré con más ganas de escribir. No me acostumbro a mi ciclo ni a tu ciclotimia. Me acaban de dar un abrazo y por mi altura he acabado entre dos tetas. Lugares comunes, cultura del tres por cinco y jarabe para la tos debajo de 37 grados. En noviembre va a pasar algo, como siempre, y yo no estaré allí para verlo porque nadie me habrá despertado antes de diciembre. Por eso digo: Felices 20.

martes, 13 de julio de 2010

Había una vez...


Estás pegado a mi ventana, miras a través del cristal. Yo estoy sentada en la cama. Te enciendes un cigarro, sigues mirando a la nada del que ya lo ha visto todo. Te observo. Te recorro con la mirada. Me hace gracia verte con una camiseta de mi padre puesta. Me has dejado las llaves de tu vida, y ahora entiendo por qué siempre grité con tanta fuerza el "vamos a localizarte".

Había una vez un gato que viajó a Las Vegas para conocer otro tipo de estrellas, esas que se encienden por cables. Había una vez un tipo que se despertó con las bragas de su secretaria atadas a la cabeza. Había una vez un botellín de cerveza que cruzó todo el Pacífico solo para que un perro jugase con él. Había una vez una nube que fue a parar al mar. Había una vez un tipo que cogió una guitarra y se fue a Woodstock y se puso tan ciego que acabó durmiendo debajo de la furgoneta de un rumano de padres argentinos. Había una vez una magdalena que se hizo amiga de la caja de galletas y el tomate frito. Había una vez un gol en fuera de juego. Había una vez unos ojos que rozaron el culo de Dios. Había una vez un profesor de historia que realmente era músico que realmente era padre de dos hijas que realmente no era nadie más que un borrego. Había una vez una religión. Había una vez una vida y había una vez una muerte. Había una vez un concierto de Love of Lesbian que duró un cachi de calimocho y un cigarro. Había una vez un post-it que nunca fue leído. Había una vez un disco que se hizo película. Había una vez un libro que unió dos vidas. Había una vez un tipo tan alto que nunca llegó a dormir en mi cama. Había una vez noviembre. Había una vez olvidar. Había una vez tú y yo. Había una vez Madrid. Había una vez un espermatozoide que ganó la carrera. Había una vez un por qué que no tuvo más respuesta que el viento. Había una vez una incertidumbre de principios. Había una vez una patente de corso que hizo lanzar cañonazos. Había una vez un hijo de puta que se fue. Vez una había. Una vez había. Había una vez había una vez..

sábado, 5 de junio de 2010

Unooo..doooos...tres...cuatrooo...cincoo..seeeis...siete...¡vooy!



Para el niño que hacía multiplicaciones en su armario evitando pensar en cualquier otra cosa. Buscando otra forma más fácil de hallar 37 por 37.
Qué extraño que ponga la foto de alguien cercano, conocido y reconocido (cercano por el éxito de la geografía española (ironía), conocido por el primer amigo que tuvimos en común, y reconocido, porque ya nos vimos en algún momento de nuestras mil y una vidas).

Siempre que conozco o desconozco a alguien quedo con la china, la de Manuelbe. Se mantiene firme dentro del círculo, la espiral y el ocho tumbado. Movimientos con altibajos que circulan y se comportan como continuos deja-vu. Explico: Un año tiene doce meses. Los seis primeros meses, expresados en una gráfica, serían, siempre en el lado superior derecha (positivo-positivo) representados como una línea curva. Si pusiéramos otro eje a mitad de año (exactamente el 3 de junio, vaya usted a saber por qué) los seis primeros meses establecerían una simetría bastante asimétrica con los seis meses restantes. Dibujo:




Digo, simetría asimétrica, porque es la misma forma de línea curva, pero más o menos elevada dependiendo del grado chachiguay (en el eje Y). El eje X es el de tiempo, claro.
Que la línea se pierda, ya fuera de la gráfica, no sé exactamente qué (cojones) significa. Por una vida que no sé cuando terminará. Aunque lo digo, un día de estos me muero.


Carta a la tipa de la ventana de un enorme bloque de edificios cercano a la carretera de La Coruña:

Hola personaje anónimo que viste camiseta blanca. Para mi y para cualquiera que te haya visto desde la carretera sos un busto. Conozco la mitad de tu cuerpo y ya quiero escribirte una carta, che. Resulta curioso que a ti sí y todos los demás a los que conozco en su cuasi-totalidad no se la quiera escribir. Quizá no deba, pero sólo quizá. En cualquier caso, éstas líneas de hormiguitas se píxeles servirán para algo. O eso me gusta pensar. El caso es que estaba yo aplatanada (like always) en el asiento trasero del enorme autobús verde y te vi. Mi amiga Bea balbuceaba una canción en inglés y algunos sonidos se colaban por mis orejas, dado el volumen de sus cascos. Te vi y se me ocurrió que no había nadie en tu casa, un perro ladraba desde algún lugar de tu pieza y a ti te dio por mirar de real y no a través de la ventana. Entonces quizá nuestras miradas se encontraron, a pesar de la distancia. Me gusta pensar que me viste y también imaginaste algo. Como si estuviéramos manteniendo una relación de ausencias. Yo no sabré nunca si pensaste en mi, y vos quizá nunca leerás esta carta. Podría imprimirla, darle forma de avión y dejarla en algún lugar cercano a tu casa. Imagínate qué curioso sería andar por ahí y encontrar una carta, y ya con la emoción del momento descubrir que va dirigida hacia tu persona. Esas cosas pasan, están en los libros y por lo tanto en la cabeza de algún autor, entonces pasan, tienen que pasar. Yo me imagino una situación y puede que pase en algún lugar del universo. Allá donde se crucen dos caminos. Como los nuestros en el preci(o)so instante en que las miradas se encuentran y las cabezas se revolucionan y los corazones te dicen "¡mirá, mirá! ¿te miró? seguro que sí. Y andá que llegas tarde" entonces pensás otra cosa y un perfume viene y va y juegas con las línea del suelo a no pisarlas. Siempre relacioné ese juego como una huida del tiempo. Entretenerse, el ocio, no mirar el reloj o estamparlo contra la pared son escapadas. Como si quisiéramos parar el tiempo para ver si así se pasa más rápida la vida. La hegemonía del tiempo. Y nosotros sus esclavos. Y vos mirando con los brazos en el alfeizar. Y yo haciendo un dibujito en una página de un libro que une vidas. Entonces pasan tres segundos y recibo un mensaje, leo, suspiro y la línea curva se mueve despacito en el eje X y sube en el eje Y.

viernes, 28 de mayo de 2010

Me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar.



-Hola soy yo, llamaba para decirte que aunque esté fuera, estoy dentro de tu casa, dando vueltas del baño a la cama. Te acaricio el pelo y respiro del aire que exhalas. Y flotando, y rodando, sacándote de tus casillas, sintiéndote a cada paso. Es tan corto el tiempo a tu lado, es tan largo cuando desapareces. Y me basta mirar de reojo tu ausencia para sentirme vacía. Y pienso en ti y nacen madreselvas a la mitad de mi cuerpo, y creo que nunca habrá menos. Estoy subiendo, cada vez te necesito más, espero a que las distancias se acorten para verte cruzar de nuevo la curva de mi espalda. El eterno absorber simultáneo de tu aliento. Cenizas de cuentos que regresan justo cuando los creías idos. No nos queda más que todo, y nada. Nunca creí que fuera tan mágico tenerlo todo por hacer, desperdigado por el suelo de madera clara, junto a un par de zapatillas y una mochila llena de pájaros, de sueños in crescendo, de ti, de tú, de nosotros.

domingo, 9 de mayo de 2010

Yo quiero ser cuento, ¿y tú?




Creo que fue entonces cuando todo cambió. Me había oído mil veces a mi misma alentando a mis amigas a seguir adelante con algo, pero aquella vez tuve que darme consejos a mí misma. He de decir que la luna y las estrellas hicieron muy bien su papel, que el mar tuvo un fuerte protagonismo.
Recuerdo que cuando iba al colegio y dimos las clases de sustantivos, los que más me llamaron la atención fueron los clasificados como obtusos. Pensar, sentir, amar… Amor. Es de esas palabras que cuando se te clavan ya no te las puedes quitar de encima. Creo que siempre me llevé bien con el amor, era y es una palabra perfecta, como volar, soñar y libertad. Me quedé solapada a esa palabra y todavía sigo llevándola en la mochila.
Hace 10 años, un día, después del colegio, mi padre me llevó a dar una vuelta por el paseo marítimo. Era verano y había terrazas por todos lados, con sus guiris, platazos de rabas y mesas de color plateado que abrasan si las dejas cinco minutos al sol. El caso es que yo paseaba con mi padre y entre la gente vimos a un tipo que tenía la mesa llena de libros apilados que cubrían el metro cuadrado de la mesa. Sonreía leyendo algo (ahora soy yo la que sonríe recordando la imagen). Mi padre y yo nos acercamos a él. Levantó la vista y elegí un libro al azar, el que me pareció que tenía la portada más colorida. Decidimos comprarlo. El de los libros me miró a los ojos unos segundos y me preguntó cómo me llamaba, después me dijo:

-Dime cuatro palabras…
-Eeeeeh...lápiz, goma, papel y bolígrafo.

En la primera página del libro las apuntó y luego escribió mi nombre en vertical. “Es preciso escribir nuestro libro de la vida, Siempre con alegría y sueños para que Todo lo que escribamos con nuestro lápiz Hoy y siempre tenga sentido…Si tú lo Eliges puedes usar la goma y borrar lo que Rompe tu sonrisa“

Cerró el libro y me lo dio mientras sonreía y se despedía de nosotros. Estoy convencida de que él sabía algo, aunque quizás no lo sepa explicar. Como cuando te piden que describas un olor o un sabor, lo máximo que puedes hacer es compararlo con algo ya conocido. Pero ni eso, la verdad, yo tampoco sabría explicar qué pasó y qué pasa.

Llegamos a casa y mi padre metió el libro en un cajón. Por su título, supongo que le pareció lo mejor. Transcurrieron cinco años en los que, en mi fuero interno, odiaba al tipo de la terraza por titular de aquella forma al libro que me firmó, que de alguna forma me prohibía leerlo. Nos cambiamos de casa y el libro se perdió entre cajas y sábanas viejas.

Antes de cumplir los diecisiete me enteré de que un hippie daba un concierto. Un hippie al que yo conocía de oídas por haber presentado un concurso de cantautores en el pueblo de mi amor platónico. Escuché sus canciones vía youtube y llamé a mi mejor amigo para que me acompañase a verle.

Y llegamos al concierto, me sabía frases sueltas de sus canciones pero me transmitía buen rollo y una energía que hasta entonces, pensé que sólo existía en las canciones de Crowded House. Mi mejor amigo ya había comprado dos discos y nos acercamos a él a que nos los firmase. Primero le tocó a mi amigo, luego a mí. Entonces me preguntó cuál era mi nombre y escribió en vertical las letras de mi nombre.
Tuve un deja-vu, llegué a casa y me puse a buscar aquel libro que diez años atrás no había podido leer. Apareció encima de un taco de revistas del 2000. Busqué, encontré y en efecto, era la misma persona. La misma letra, la misma fuerza escribiendo y la misma energía.

Ahora me da clase de guitarra junto a la luna, el mar y las estrellas.

viernes, 2 de abril de 2010

Chema y el pantalón.

Chema es un señor sin complejos, sin ataduras. Anda por donde quiere. Podría decirse que ha recorrido todos los recovecos del universo. Nadie nunca se lo ha impedido. Y digo nadie, pero no digo nada. Y pronto se verá por qué.

Chema de niño vivía con su familia en el cuarto piso de un bloque de edificios de un pequeño barrio de una gran ciudad. Podía pasarse horas leyendo y mientras leía, se fijaba en los acentos, las comas y puntos y aparte. Otros días montaba en bicicleta e intentaba calcular, en su pequeña cabecita, a los kilómetros por hora que iba. A veces, jugaba a las canicas en la plaza, pero sólo a veces , porque antes de ponerse a jugar tenía que contar las canicas que llevaban cada uno de sus contrincantes, y eso, a los niños, les ponía nerviosos. Cuando se enfadaba por esa razón, paseaba por el mercado y contaba el número de filetes que cortaba el carnicero, las veces que pasaba el jamón york por la sierra o intentaba recordar el número de canciones que sonaban en la vieja radio del charcutero.
Pero el hecho que más caracterizaba a Chema, nuestro pequeño maniático, era la fijación que tenía por su nuevo pantalón de pijama. Era un pantalón azul marino con cuadros escoceses en rojo y su forro consistía en una tela muy calentita y de color negro que lograba templar las piernas de Chema cuando salía de la ducha medio empapado.
Una mañana de abril, mientras se desperezaba aún dentro de las sábanas, sentenció que ese pantalón debería marcar si un día iba a ser bueno o no. Y es que Chema pensó que dependiendo de donde quedara la etiqueta del pantalón, el día sería mejor o peor. Si quedaba en la parte delantera el día sería malo, si quedaba detrás, sería bueno.
Esa mañana, Chema se levantó de la cama, encendió la luz y miró. La etiqueta delante. Pues vaya, un día malo.
La mañana, la tarde y la noche transcurrieron sin demasiada complicación, pero Chema le sacaba lo malo a todo lo que hacía.
Al día siguiente, la etiqueta volvió a estar delante, y Chema de nuevo lo pasó mal. Al día siguiente lo mismo, y al siguiente..
Chema empezó a estar preocupado, el pijama controlaba su vida.
Un día, la madre de Chema entró en la habitación, él estaba sentado al borde de la cama con el pijama entre las manos.
-Chemita, dame el pijama que lo voy a poner a lavar.
La madre de Chema cogió al pijama y le dio la vuelta a los perneras. Con el pijama al revés Chema se dio cuenta de una cosa. El pijama aquel que tanto le complicaba la vida tenía etiqueta en las dos partes.

Así es como Chema logró cambiar por completo y no dejó nunca más que sus manías controlasen su vida.

lunes, 15 de marzo de 2010

Sabes que pasé por aquí



Se levantó de la cama con un intenso dolor de cabeza y las sábanas revueltas. Olor a tabaco por toda la habitación. Ni rastro de ella, quién sería ella y dónde iría ahora que se había puesto a llover. Llover para limpiar la calle y los recuerdos de la noche anterior. Que no eran malos, pero tampoco eran buenos. Que no se podía olvidar a una chica entre las piernas de una mujer ya lo sabía, lo que no recordaba era el sentimiento entre alegría y culpa que precedía a una noche de sexo salvaje. “Sentimientos de un domingo” se dijo. Y se empezó a descojonar. No era la primera vez que se reía de sus pajas mentales, sus extrañas relaciones de ideas. Tampoco esta sería la última vez.
Conoció a Margot, por llamar de alguna forma a la mujer que le acompañó la noche anterior, en un bar cerca de Malasaña. Esos que huelen a barril de cerveza y donde los baños nunca están tratables, y menos para follar. Margot con su vestido negro y sus zapatos de tacón sola en la barra del bar. Él con cara de paisaje mirando su cubata, viendo los hielos desaparecer entre particulas de garrafón y burbujas de la coca cola. Ella haciendo repaso, supongo, de las miradas perdidas, de los mensajes subliminales no captados…saliendo cada dos por tres del bar. Él le dijo al barman “le llevas una copa de lo que beba a los labios de esa esquina”. Acto seguido Margot y este chico se encontraban en una esquina de por ahí mordiéndose el alma. Y digo mordiéndose el alma por no decir que Margot se la estaba chupando. De arriba abajo, con todo su miembro en la boca, tratando de hacer mayor fuerza en el glande al supcionar. Él con su mano izquierda en el hombro de aquella mujer, y su mano derecha apoyándose en la pared, dándole hostias de vez en cuando, tal era la excitación del momento. Margot terminó chupándole los huevos y le dijo “si me llevas a tu casa jugamos los dos”. Él pidió un taxi y durante el trayecto no se le bajó la erección. Subieron las escaleras que conducían a su piso riéndose a carcajada limpia de cualquier ocurrencia y según entraron en el apartamento, él la empotró contra la pared y comenzó a bajarle poco a poco los tirantes del vestido, y con ello, la chica acabo medio desnuda y con los tacones puestos, y él con la camiseta tirada por el suelo y una tienda de campaña a la mitad del cuerpo. La tiró sobre su cama y se desnudó, la abrió de piernas… y lo demás te lo imaginas. Desenfreno acompañado de jazz por debajo de unas caderas, fina cintura, ganas, alcohol y demás excesos.

domingo, 7 de febrero de 2010

Riendo sin saber por qué..



Estaba a punto de morir de aburrimiento y de pena penita pena en mi barrio, así que sin pensármelo cogí el primer autobús que me llevase al centro...A veces pienso que me he hecho adicta a la contaminación, a las luces. Aunque es probable que simplemente me haya casado de este (fuckin) barrio burgués donde la mayor inquietud de los chavales es conseguir alcohol.
Así que eso, 621, música de ascensores, delirios varios, Moncloa, metro, metro y Núñez de Balboa. Otro barrio burgués que al menos no es el mío. Hago varias paradas para deleitarme con pedazos de avenidas, barrios en cuadrícula, ¿ese tío lleva barba?, ¿ahí pone 1999?. Llego al Starbucks, café con precios astronómicos pero al menos te dan buen trato. Pido mi café de origen americano con nombre italiano y observo la mesita y al conjunto de ejecutivos agresivos que de hinchan a café y hacen cuentas. Portátiles HP, corbatas negras. Me recuerdan todos a alguien, me gustaría encontrarme a ese alguien pero recuerdo que está dando un concierto en el Rey Loui (local de Majadahonda), o en vetetúasaberdónde haciendoqué, con su camisa de cuadros y sus vaqueros petados, y probablemente las Ray-Ban. "Las ray-ban no te dejan ver las lágrimas, estoy tocado y voy a liarla otra vez, voy a quedarme un día más en la ciudad por si acaso lo empiezas a entender...". Traen mi café seguido de dos o tres gritos de "Maríaaaa" "¿¿Maríaaa??"
Bajo de mi nube de algodón y me siento por ahí. Saco mi cuaderno y empiezo a escribir esto. Cenizas entre las hojas, hago repaso de la gran mayoría de mis escritos, todos fechados. Son de los seis primeros meses del 09.
Hay un camarero que me ha llamado la atención. Tiene el pelo revuelto, barba y sonríe casi continuamente. Me hace gracia, me he cambiado de sitio para poder observarle mejor. Me siento un poco voyeur pero no importa. Habla, canta porque está marcando el ritmo con las manos, creo que es inglés, pero por desgracia mi lectura de labios no descifra lo que dice. Me estoy riendo yo sola en la terracita del Starbucks. Me vuelvo a reír. Hombre barba me acaba de mirar. Cortocircuito. Me acabo de terminar el café, ahora voy a cerrar el cuaderno, ¡viene para acá!


[Escrito en el metro, de vuelta a casa, el camarero se acercó a limpiar la mesa de al lado, y mantuve estas líneas con su persona]

-¡Hasta luego!
-Perdona...¿Nos conocemos?...-camarero con cara de circunstancia.
-risa de autosuficiencia-¿Deberíamos?

domingo, 31 de enero de 2010

Juguetes rotos.



A lo mejor no lo recuerdas, eras muy pequeño. Cierro los ojos y te veo jugando con aquel tren, fue un regalo de tu madre. Para ti, por tu cumpleaños. Y no lo sé, se me llena el alma de una congoja parecida a la que me sumen algunas canciones de Ismael Serrano. Seguro que no te acuerdas, pero te despertaba todas las mañanas con una canción suya… “Sucede que a veces” por ejemplo. Y tú eras capaz de tararearla todo el día. Hasta que te dormías. Y te dormías cuando te contaba pequeños relatos, siempre con alguna enseñanza de por medio, tú pensabas la moraleja y yo te miraba mientras ponías tu cara de “estoy aprendiendo”. Eras muy gracioso. Eras tan gracioso que hasta a Martina, la vieja borde del 3º, le hacías reír. Nunca nadie del bloque consiguió sacarle una sonrisa como tú. Desprendías energía. Estabas y estás lleno de vida. Ahora tienes un vago recuerdo de mí, fui tu amigo invisible durante toda tu infancia. Recorríamos de la mano patios de recreo y las calles del barrio. Nunca mediamos palabra, nos mirábamos y eso bastaba. Todos crecemos, supongo. Yo ahora pongo cervezas en un bar, en el mundo no tangible. Muchos ex amigos invisibles vienen y me cuentan sus penas, y yo tiro cañas y limpió la barra. Me acuerdo de ti. Muchos niños llegan a tener un colega ficticio, casi todos, quizás. Pero tú me pintaste con tal realidad que me creo humano. Espero volver a aparecer en tu vida un día de estos…mientras tanto seguiré echándote de menos.